2. Guía 2: autómatas

2.6. Autoría

2.6.1. Introducción

El arte se cuestiona a sí mismo constantemente, y también cuestiona el papel del artista, la posición del observador ante la obra de arte, la función de la obra artística, el rol de la máquina y, fundamentalmente, la relación entre artista, obra y receptor.

Tal como explica Lev Manovich en su libro El lenguaje de los nuevos medios de comunicación, la imagen en la era digital, la codificación numérica del medio digital y la estructura modular de sus objetos son los que permiten automatizar muchas de las operaciones implicadas en la creación, y esto permite a su vez prescindir, al menos en parte, de la intencionalidad humana en el proceso creativo. La naturaleza de la información digital es discreta y, por lo tanto, se le puede aplicar fácilmente variabilidad; por ejemplo, una imagen es representada por una ordenación determinada de píxeles que puede ser alterada fácilmente sobre la marcha en el proceso de creación de la máquina.

En la creación mediática podemos distinguir dos tipos de automatizaciones: las de «bajo nivel», como el hecho de que el software de la aplicación Photoshop pueda corregir de manera automática el contraste y eliminar el ruido de una imagen, y las «de alto nivel», que requiere que el ordenador «entienda» hasta cierto punto los significados contenidos en los objetos que genera.

En el arte generativo, el artista ha creado las reglas de producción que acaban generando la obra, y en este sentido puede argumentar que la obra resultante es una expresión de sus ideas y que, por lo tanto, es el autor de esta. Pero a veces el mismo sistema autónomo puede adquirir el rol de creador, especialmente si es capaz de tomar decisiones en función de condiciones externas, y también si puede aprender a partir de todo lo que va produciendo (mediante la inteligencia artificial).

En el arte generativo, por lo tanto, el concepto de autoría es más difuso, ya que las obras se pueden reproducir con facilidad (aunque nunca sean exactamente iguales), las reglas de producción (el código) son compartidas a menudo de manera abierta por internet y el proceso creativo se comparte con la máquina si esta es capaz de aprender y tomar decisiones.

Además, este concepto es a menudo interactivo y participativo. Cuando las interacciones con otras personas dan lugar a cambios en el resultado de la obra (o en su proceso), también es lícito preguntarse si la autoría no es compartida con todos los que han interactuado o participado.

Por lo tanto, podemos decir que la lógica de creación de los medios computacionales responde a la lógica de distribución postindustrial (la producción «a petición del usuario» y el «justo a tiempo») y está en concordancia con dicha sociedad postindustrial, en la que cada ciudadano puede construir un estilo de vida a medida y «seleccionar» su ideología entre un gran número de opciones.

No se trata de la muerte del autor: se trata de una nueva comprensión del concepto de autoría. Algunos proponen la figura del metaautor (el autor del autor del resultado). Al ser humano le corresponde el mérito de haber inventado el programa, pero no de haber concebido las ideas producidas por el programa.

Respecto a lo que nos podemos cuestionar en torno a la relación creatividad-máquina, Margaret Boden, fundadora de la Facultad de Ciencias Cognitivas y de la Computación de la Universidad de Sussex (Reino Unido), señala que no se trata de si un programa puede crear ideas nuevas, sino de si puede apreciar su valor.

Así mismo, independientemente de los valores comentados a propósito de los incentivos para la creación asociados al arte generativo, también como creadores debemos cuestionarnos si creemos necesario o si queremos que nuestra obra disponga de este tipo de libertad. Efectuar una elección implica una responsabilidad moral. Al traspasar estas elecciones a la máquina o al usuario, el autor también traspasa la responsabilidad de representar el mundo y la condición humana.